“El orgullo gay no nació de la necesidad de celebrar el hecho de ser gay, sino de nuestro derecho a existir libres de persecución o discriminación. Así que, en lugar de preguntarte por qué no hay un movimiento de orgullo heterosexual, agradece que no necesites uno.”
El pasado 28 de junio se celebró el Día del Orgullo LGTB, una tradición que empezó en Nueva York, en 1969, cuando se produjeron los conocidos como los disturbios Stonewall. La comunidad LGBTI se unió, por primera vez, para reivindicar sus derechos.
Actualmente, aún hay gente que cuestiona esos derechos y que pone en tela de juicio la celebración de un día como este. Incluso con el avance de la ultraderecha, el aumento de agresiones al colectivo o la situación de países como Hungría, Polonia y Rusia. Porque la homofobia está lejos de ser erradicada y se encuentra siempre implícita en conversaciones, instituciones y en nuestra estructura social.
El Día del Orgullo no debería celebrarse, porque nadie tendría que celebrar estar vivo. Por eso, el 28 de junio es hoy en día un acto de reivindicación, de lucha, de alzar la voz para que nadie tenga que sentirse cohibido por ser como es y amar lo que ama.
Y esto sólo se gana con solidaridad, educación y respeto. Porque en cada aula debería enseñarse que podemos ser quien queramos y que, precisamente, en la diversidad está la fuerza. Para que nadie más tenga que sentirse reprimido ni con la necesidad de salir de ningún armario, y para que no haya más muertes, golpes e injusticias. Para que cualquier persona, sea lo que sea, pueda sentirse libre.
Ariadna Morales
Periodista