Resulta curioso, pero sobre todo triste, ver la percepción que revelan tener de los ciudadanos: para algunos políticos, resulta impensable que un grupo numeroso de ciudadanos se exprese libremente, de manera no coaccionada ni manipulada, acerca de un tema que les preocupa.
En su retorcida mentalidad, algo así es imposible. Es la mentalidad de quien «es» de un partido político, dando a ese «ser» una evidente connotación de pertenencia, de entrega total a un ideario, de abandono total de la capacidad de pensar por uno mismo. Quien lleva años cobrando de un partido determinado, quien ha hecho del partido su vida, quien maneja militantes y ciberpepiños como quien sitúa a sus tropas ante una batalla, es completamente incapaz de entender que movimientos espontáneos aparentemente similares se puedan dar de otra manera. En realidad, es un insulto tan grande a la inteligencia de quienes se movilizan, asumir que carecen de criterio y que solo lo hacen espoleados, engañados por el «hechicero» de turno, que merecerían su desprecio más total.
En su mente habitan fantasmas de todo tipo: si alguien alerta de un tema y pone en marcha el movimiento, tiene forzosamente que estar a sueldo del enemigo. Es imposible que sea un simple ciudadano preocupado. Ven «hechiceros», y piensan que esos «hechiceros», por alguna razón que no alcanzan a comprender, están «en posesión del anillo único» que les permite mover a esas masas ignorantes a su antojo. No pueden entender de dónde viene ese «poder» que atribuyen a ese supuesto hechicero, y asumen que tiene que ver con la magia negra, que alguien lo ha puesto ahí. Y por supuesto, que es como ellos: un político con ambición política, con interés por cobrar del partido, del Estado, por encaramarse al poder y obtener prebendas. Ni soy «hechicero» ni lo seré nunca. No tengo «poder». Si mañana dejo de escribir, simplemente desaparezco. Nadie me apoya incondicionalmente, solo apoyan determinadas posturas, y no necesariamente todas ellas. Si pido a alguien que me siga para hacer alguna estupidez, me mandarán – con toda la razón – a la mierda. Y así considero que debe ser, no hay más. Ni menos.
El problema de la democracia son las ideologías. Sinceramente, y esto es una simple exposición personal, he dejado de creer en ellas. Juegan para mí el mismo papel que jugaron en su momento las religiones – soy un ateo ya no convencido, sino casi militante: el de competir por el apoyo, el de evitar o directamente perseguir al oponente, el de impedir todo cuestionamiento. Las ideologías en los partidos de hoy son una forma de sostener un supuesto ideario, algo que dé soporte a una pertenencia que esclaviza a los militantes: el militante, el que «es» de un partido como quien profesa una religión, es incapaz de todo punto de cuestionarse una decisión determinada de su partido, de su líder, y llega a alambicar de modos completamente risibles sus «razonamientos» para evitarlo. Pensar que alguien pueda, efectivamente, vivir al margen de ese sistema es algo imposible: si se opone a mí, si cuestiona mis planteamientos, es que «es del otro partido».
El problema de la política española son los ciudadanos que «son» de un partido determinado. Yo jamás he «sido» de ningún partido. Ser, lo que se dice ser, soy mío, de mi mujer, de mi hija, de mis padres y de algunos amigos, de esas personas que me podrían pedir cualquier cosa, una lista muy, muy corta. ¿»Ser» de un partido? No me hagas reír. No creo en ellos. Apoyo en cada momento a aquel que creo que me resulta interesante para llegar a los fines que creo positivos. Habría apoyado a cualquier – y digo claramente «cualquier» – partido que me solicitase ayuda para analizar la redacción de una moción que defendiese la neutralidad de la red, porque simplemente creo en ella y creo que es completamente necesaria. Eso no quiere decir, en modo alguno, que yo «sea» de ese partido, porque jamás, bajo ningún concepto, me verás integrando una lista. No creo en las listas, menos aún si son cerradas, ni en los partidos que lleven por delante algo, llamado ideología, que no sea la simple transparencia, honestidad y capacidad de gestión.
El voto no se entrega, no se promete, no cabe ahí la lealtad. Es perfectamente coherente apoyar a un partido hoy y criticarlo mañana, no pasa nada, nadie te va a excomulgar. El otro día, alguien en Menéame decía, como comentario a una entrada mía, que yo no era coherente porque a veces criticaba al Partido Popular y a veces lo apoyaba. Impresionante documento: para esa persona, lo «natural», lo «coherente» es lo contrario, es decir, apoyar lo que diga el partido «sea lo que sea». Pero ese, precisamente ese, es el pensamiento del político medio, el que «es» de un partido, el que no puede, so pena de perder su escaño o su sueldo, cuestionarse nada, votar sin disciplina, ver más allá.
Se apoya puntualmente a quien te convence, a quien crees que lo hará bien por su capacidad, no por su supuesta «ideología». A día de hoy, votaría seguramente al Partit Pirata: una opción pragmática que promete actuar en un tema que verdaderamente me preocupa como persona que pasa una parte importante de su vida en la red, y que me parece que será muy bueno que tenga representación parlamentaria. ¿Quiere decir esto que «soy» de ese partido? ¿Garantiza eso que votaré a ese partido para siempre? ¿O que me gustaría ir en su lista? En modo alguno. ¿Que lo apoye? No, digo simplemente lo que haría yo si fuera internauta y catalán. Y os aseguro que eso no lo podría decir si «fuese» de otro partido, porque me echarían de él automáticamente.
Para el político medio, la nueva sociedad es tan incomprensible, que necesitan buscar asideros morales para criticarla. Funcionan en otra base, como quien compara algo binario con algo en base 10, y se pierden en la conversión. Saben que algo no funciona, pero hacia adelante con su «razonamiento» porque son completamente incapaces de verlo de otra manera. Estoy convencido de que las cosas serán mucho mejores cuando nadie «sea» de un partido político. Yo, al menos, no lo seré nunca.
Jorge Casabella i Torras.